Historia de una agonía

AVISO. No me he muerto. Tengo la casa un poco abandonada pero espero darle un lavado de cara y cuidar de ella más a menudo.

Dicho lo dicho, tengo que decir que he encontrado un punto en común con la escritora Lucía Etxebarria, cosa difícil porque siempre me ha dado un poco de repelús su tono de sobrada intelectual.

Antes de ir al grano pongamos una simpática historia

País tercermundista. Zahíno es un negro grande y fuerte que nunca se ha metido con nadie. Vivía del campo y no necesitaba mucho. Pero la vida es muy perra, perra de cojones. Un día, sin más ni más, cuatro tipos se bajaron de un camión que olía a muerte y lo metieron dentro con otros más. Un sitio oscuro, calor asfixiante y poco espacio para respirar. El corazon se le salía del pecho..

Tras horas de viaje, la puerta del furgón se abre. Zahíno sólo acerca a ver un pasillo estrecho flanqueado por muros altos. No pinta muy bien. Desde lo alto, unos tipejos se valen de varas con pico para que aceleren el paso por ese laberinto del minotauro.

Zahíno hubiera preferido estar muerto si hubiera sabido lo que le esperaba. Después de pasar un día entero en un sitio a oscuras, le refriegan algo por los ojos que le impide ver con claridad. El miedo le da ganas de vomitar y el agua de una esponja le ha producido diarrea. Le duele una herida sangrante en el muslo. Da igual. Les hacen correr varias horas con dos sacos de arena colgados del cuello, al que se niega, otro pullazo. Al tiempo, le golpean los testículos y los riñones.

¡Qué coño está pasando!

Cuando va a sacar los pulmones por la boca, lo separan del grupo y lo meten por otro pasillo estrecho. Se puede ver el cielo. Después de tanto tiempo a oscuras el sol lo ciega.

Nota un pinchazo en el costado. Le han metido algo. Empieza a sentirse mareado. Mareado y asustado. Asustado y cabreado. Sólo quiere escapar de allí. Se abre un portón delante de él. Se escucha un griterío.

Sale corriendo. Se encuentra frente a frente con un grupo de tipos estrafalarios vestidos con colores chillones y con aires de pocos amigos. Le cierran el paso. Sólo puede pasar por encima de ellos pero la cabeza no le funciona muy bien.

Lo que Zahíno no sabe es que no tiene salida. Empieza a darse cuenta cuando uno empieza a picarle el lomo desde un caballo. Hasta tres veces le atraviesan con una puya. Pierde algunos litros de sangre y tiene importantes destrozos en sus músculos, nervios y partes blandas.

No se queda eso ahí. Un saltimbanquis le ha clavado tres pares de arpones. Los movimientos de Zahíno, nerviosos y desesperados incrementan su pérdida de sangre, los desgarros y el dolor.

Es entonces cuando apenas tiene fuerzas, prácticamente no ve y está herido de muerte... Entonces, cuando un valiente se atreve a acercarse a él para un uno contra uno. Es canijo y pequeño piensa el negro. Saca casta y arremete contra él pero no hay forma. Si se pasa de listo y ofrece mucha resistencia, el del caballo le mete otro pincho.

Sólo le queda esperar su momento. Lo presiente cuando el listo levanta una especie de espada pasada de moda y pone una pose femenina. El hijoputa resulta ser un matarife malo de cojones. En lugar de acertar en el corazón, y tras varias estocadas, solo consigue perforar el pulmón. La víctima comienza a ahogarse con su propia sangre.

Agonizando, intentado sacar aire de donde no lo hay, chillando de dolor y sin saber por qué le hacen esto, Zahíno se caga en su mala suerte.

Aplausos, antes de que un puñal se clave en su nuca.


Bonita historia, ¿verdad?

Nadie tiene derecho a maltratar a un animal por entretenimiento, ni mucho menos matarlo. Eso es lo que dice la Declaracion de Derechos del Animal, ratificada por la Unesco y la ONU. En eso coincido con mi bienhallada Lucía.

Hoy es San Isidro en Madrid, la exaltación de la "fiesta nacional". Las matanzas comenzaron hace unos días. El jueves, un precioso toro blanco salió a la plaza casi sin poder andar y se desplomó al poco de iniciar la sangría. Se habían pasado con la droga. Esto relataba el crítico taurino Antonio Lorca en El País.

Llegó, entonces, el deplorable espectáculo de intentar levantar al morlaco con ayuda de la cuadrilla: uno, por los pitones; otro, por el rabo, y el tercero, mirando, como manda la tradición española. Consiguieron darle la vuelta como si estuviera a la parrilla, pero poco más. Al final, el moribundo se levantó para volver a caer tras un feo espadazo del matador.

Es fácil escudarse en la tradición para defender un acto de semejante crueldad. Si por la tradición fuera, todavía se quemaría en la hoguera a los adulteros. Ah! también están los que dicen que es arte. Que graciosos. A partir de ahora las Snuff Movies podrían competir en los Oscars.

Un último dato. Apenas un 13% de los españoles es aficionado a las corridas de toros, por cierto, muchas de ellas subvencionadas con los impuestos que pagamos el resto.

A mí, me encantan los toros, por eso detesto las corridas.